El vago, el tímido, el sensible, el malo, el bueno, el….
Podría ocupar un post entero solo nombrando etiquetas que podríamos poner a las
personas.
Siendo consciente de lo que sucede en esta sociedad en la
que vivimos, me he dado cuenta de que estamos rodeados de ellas y considero
que ha venido intrínseco a la educación y a nuestra necesidad de controlar todo
y tenerlo clasificado y ordenado. En esto los prejuicios “nos han ayudado” con
la tarea.
En la educación, es muy peligroso utilizar etiquetas, sobre
todo cuando sabemos que se está formando la personalidad de cada niñ@.
Algunas personas cuando
un niñ@ actúa de una manera determinada, le ponen la etiqueta (es vago,es…) y
ya haga lo que haga no la sacan de ahí o no confían en que pueda hacer algo
diferente y, peor aún, en ocasiones, hasta consiguen que ese niñ@ piense que es
cierto y que es inútil lo que haga para quitársela, que no lo conseguirá: actuará
como el entorno espera de él a través de la etiqueta que le ponemos siendo el
resultado del “efecto Pigmalión” que pusieron de manifiesto Rosenthal y
Jacobson (1968).
Por otro lado, el entorno también se comporta de diferente
manera con este niñ@ de acuerdo a las expectativas que se esperan de él
definidas por la etiqueta que se le ha “colgado”.
Os traslado un ejemplo bastante ilustrativo:
“Julio, de 7 años, es definido por sus padres como un niño
muy sensible y, por ello, no le cuentan los problemas que pueden surgir en la
familia para que no se preocupe, para no crearle un trauma porque en el fondo
no confían en su capacidad de adaptación a los cambios, de gestión de
situaciones…etc, “es que es muy sensible”. A su vez, Julio no aprende a
resolver sus conflictos puesto que se ha acostumbrado a que sus padres se los
solucionen, vive en una burbuja de felicidad irreal y cuando se presenta
cualquier situación que no sabe cómo afrontar llora y siempre alguien le rescata.
Es un claro ejemplo de “indefensión aprendida” propiciada por la
sobreprotección de sus padres.”
Esto que acabo de narrar es más habitual de lo que pensamos.
En este caso ha venido definido por la etiqueta “sensible” (que nada tiene que
ver con la capacidad de la persona de enfrentarse a las situaciones difíciles),
pero imaginaros con otras etiquetas “vago”, “flojito”, “antipático”…
En la educación, se siguen utilizando las etiquetas aunque,
algunas personas van siendo conscientes del lastre que pueden ocasionar a la
persona y cada vez se hace menos.
Por eso, propongo a las personas que están en contacto con
l@s niñ@s evitarlas, en la medida de lo posible y utilizar un lenguaje más
correcto y real de lo que venimos haciendo hasta ahora:
- Describamos la situación, no generalicemos. En vez de decir “qué malo eres mira lo que has hecho” podemos decir “ no está bien lo que has hecho”, en vez de “es que es más vago, no trabaja nunca”, podemos decir “a veces le cuesta comenzar a hacer las cosas”
- Si utilizamos una etiqueta, podemos rectificar nuestra expresión. Lo tenemos tan metido en nuestro subconsciente que a veces a todos se nos puede escapar alguna. No pasa nada, lo importante es darse cuenta y rectificar con un enunciado como he comentado en el anterior punto.
- Las personas modifican su carácter a lo largo de la vida través de las experiencias que viven, no es algo inamovible. Poniendo etiquetas parece que no se puede cambiar: eres así para toda la vida. Sí que hay una parte que se llama temperamento que viene marcado biológicamente, pero hay otra que es el carácter que se va formando con los aprendizajes que adquirimos. La suma de ambas da como resultado la personalidad que cada uno tenemos. Por tanto, etiquetar a un niñ@ no hace otra cosa que limitarle para los aprendizajes futuros, le impone unas expectativas determinadas desde el entorno.
- No confundamos términos. Y mal está etiquetar, pero si encima lo hacemos con una definición totalmente errónea de esa etiqueta. En el caso del ejemplo anterior: “sensible” no quiere decir “incapaz para gestionar los conflictos que puedan surgir en su vida”. Esta etiqueta tiene una connotación negativa, cuando realmente, ser sensible puede ser algo positivo. Lo que hay que hacer es ayudar a esa persona a que esa sensibilidad le ayude en su día a día. Si lo pensamos quizás necesitamos más personas sensibles en el mundo…
- Evitemos los extremos que suelen acompañar a las etiquetas. “Todo”, “nada”, “siempre”, “nunca”. “Es que es x …, nunca hace x…”. Es un lenguaje totalmente erróneo. Además de la carga que le estamos imponiendo con la etiqueta, lo reforzamos con este tipo de palabras. Con un mensaje como este es muy difícil intentar cambiar una situación o mejorar.
¿Lo habíais pensado alguna vez? ¿Las habéis sufrido?
Espero que os haya hecho parar y reflexionar al respecto y
que las pautas que os he dado os ayuden a utilizarlas lo menos posible.
¿Necesitas ayuda con tu hij@? ¿Te gustaría que en tu colegio hablase de algún tema educativo concreto? ¿Quieres hacerme alguna consulta? Soy Cristina López de Urda Roldán. Psicopedagoga y Mediadora. Escríbeme a info@dudasdepapas.com y estaré encantada de atenderte.
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